viernes, 26 de abril de 2013

Sólo una llamada

El agudo timbre del teléfono suena por toda la casa. Martín esquiva el jarrón del pasillo mientras camina apresuradamente hacia el aparato. Contesta al tercer tono.
-¿Diga?
Al otro lado se escucha un sollozo. Un escalofrío recorre su espalda. Sabe perfectamente quién es.
Tras unos minutos de silencio, una débil voz suena por el altavoz.
-Lo ha vuelto a hacer.

Martín se dirige al piso de la chica. Nunca el tráfico le pareció tan lento. Al menos le dará tiempo para pensar. No puede creerlo. Se lo advirtió, pero ella no le hizo caso. Ella nunca le hace caso.
Al fin llega a su bloque. Aparca en zona azul, pero no paga. No es lo más importante en ese momento. Sube las escaleras, no se siente paciente para esperar al ascensor.
Llama al timbre del 3º C. Escucha cómo se abren las cerraduras que él mismo instaló para protegerla. La puerta se abre solo una rendija, y él pasa. Se abre camino entre los objetos que han sido arrojados al suelo. Encuentra a su amiga en un salón a oscuras y la abraza con cuidado. Es consciente de que lo necesita, pero no sabe qué le ha hecho esta vez.
Ella llora, hundiendo la cara en su pecho.
-Tranquila, Sara. Ya pasó.
No sabe cuánto tiempo pasan a oscuras en el salón, ella llorando, él acariciándole el pelo. Cuando se calma un poco, la conduce al baño y enciende la luz.
-Hijo de puta…
Nunca la había visto tan mal. Sangra por la ceja izquierda, sus labios están hinchados, unas marcas enrojecidas forman un collar en forma de manos alrededor de su cuello. Con cuidado, examina sus brazos. Por suerte no tenía nada roto, pero los moratones cubren su piel como una sombra del dolor sufrido.
-¿Qué ha pasado?
Los ojos de Sara se vuelven brillantes. Abre la boca sin lograr producir sonido alguno. Una lágrima cae por su mejilla cuando, al fin, consigue hablar.
-Llamó a la puerta. Venía con un ramo de rosas. Le abrí como una tonta. Cuando entró, me tiró las flores a la cara y se puso a buscar por la casa. Decía que había visto un hombre por la ventana. Iba arrojando todo lo que había a su alrededor, a veces al suelo, a veces a mí. No encontró nada y se puso hecho una furia. Lo siento, de verdad, lo siento…
Su voz rompió en llanto. Su amigo le había advertido una y otra vez sobre Samuel. Ella no quiso verlo. Al principio fueron estupideces como hacer críticas a su ropa. Luego, empezó a molestarle que hablara con la gente. Incluso llegó a reprocharle que se insinuaba a sus amigos. No tardó en empujarla por primera vez. Al poco tiempo, el primer golpe, que dio paso a las palizas.
Sus padres estaban muy felices con su yerno. Veían cómo su hija llegaba con regalos muy a menudo. Más de una vez oyó a su madre hablar con su tía sobre lo detallista que era. Nunca llegó a saber la oscura verdad de esos detalles. Solo vio alejarse a su única hija poco a poco.
El único que se dio cuenta fue Martín. A él no le engañaba con maquillajes, jerséis y falsas sonrisas. Nadie la conocía como él. Y él le avisó hacía ya años.
-Tienes que denunciarle. No puedes seguir así.
-Sabes que no lo haré, Martín. Ya camb…
-No me vengas con que ya cambiará, Sara, porque sabes que no lo hará. ¿Cuántos años llevas así?
Baja la mirada y se mira los moratones de los brazos y la sangre que cubre sus manos. ¿Cómo ha podido llegar hasta ese punto? Lo amaba. Lo amaba demasiado.
Lo suficiente como para seguir envuelta en la tortura a la que se veía sometida día a día.
Mira por la ventana. Estaba anocheciendo.
-Por favor, no me dejes sola esta noche.
Martín la mira a los ojos, viendo el miedo asomando tras sus brillantes pupilas. Asiente con la cabeza.
Coge la toalla del lavabo, la humedece y la pasa por la cara de la chica con cuidado. Limpia cada gota de sangre y le cura la ceja, cubriéndola con un apósito. Lava sus manos con suavidad, con miedo de hacerle daño.
De camino al salón, asegura la puerta con los múltiples cerrojos que instaló tiempo atrás.
Se sientan en el sofá y la recuesta en su pecho. Acaricia su brazo hasta que se queda dormida. Al menos en su mundo de sueños estará segura, lejos de las garras del hombre que la ha torturado durante tantos años.
Él pasará toda la noche mirando la sangre que cubre los restos de un jarrón, ahora hecho añicos. Un jarrón idéntico al que tiene en el pasillo de su casa, justo al lado del teléfono.

Relato ganador del VIII Concurso de Creación Literaria "Clara Campoamor".

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