martes, 12 de mayo de 2015

El beso

Faltaban tres minutos para las tres y ella seguía allí, esperando. Quizás fue el instante más largo del mundo. Quizás, a pesar de sus esfuerzos, se había precipitado. Allí, a escasos milímetros, estaban sus labios. Podía sentir su aliento en la boca: cálido, acompasado, tan suave como su mirada. Llevaba tanto tiempo esperando, tanto tiempo sintiendo cómo su corazón solo latía cuando estaba junto a él, que no había podido resistirse una vez más. Quizás ese impulso irrefrenable ponga fin a todo, quizás sea el inicio de lo que tantas veces había soñado, pero al menos lo habría intentado.

Nunca lo había tenido tan cerca. Su perfume era todavía mejor a esta distancia. Notó como la piel se le erizaba ante el contacto de su mano al apoyarse en su mejilla. Un ligero escalofrío recorrió el cuerpo al notar cómo se acercaba. Y al fin, sus labios se unieron.

Nunca imaginó que unos labios pudieran amoldarse tan bien a los suyos, como si fuesen solo uno. Sus ojos se inundaron en lágrimas. No sabía cómo podía haber esperado tanto. Recorrió su cabello con las manos, y sintió una mano en el hueco de la espalda. Quería mirarlo, pero no podía abrir los ojos. Los besos de verdad se dan con los ojos cerrados.

Lo amaba. Cada parte de sus ser amaba a aquel chico. Era perfecto. Cada pequeña imperfección le hacía perfecto, perfecto para ella.

No deseaba separarse. Quería que aquel beso perfecto fuese eterno. Pero debían separarse.

Le miró a los ojos, primero con miedo. Había cierta sorpresa en su mirada, pero sobre todo reflejaba una gran felicidad. Le acarició suavemente la mejilla. Lo arriesgaban todo, pero algo le decía que valdría la pena.


Para Ana. Gracias por tus palabras, sin ti este relato (y muchos otros) nunca habrían nacido.