domingo, 28 de abril de 2013

Una pequeña aclaración

A todo aquel que se pase por estos lares:

Lo que publico dentro de la etiqueta "mi vida" puede no ser actual. Si por un casual crees que algo de lo que he escrito afecta al presente, no tiene por qué.

Ante cualquier duda, comenta o ponte en contacto conmigo.

Con cariño,
Crescenza

¿Todo vuelve a su cauce?


Se acabó. Todo se acabó. Sin explicaciones, sin ningún por qué. Y hoy me pregunto, ¿será por mi culpa? Nos pasamos, lo se. Comimos del fruto prohibido y ahora somos adictos. Ese fruto que nos tentaba desde hacía demasiado tiempo. Cometimos un error, y ahora lo pagamos. Ambos. El tiempo dirá si fue para bien o para mal, aunque ahora el mundo se desmorone, aunque todo se vuelva oscuro. Porque lo nuestro era un quiero y no puedo, un quiero que pudo ser y no fue. Un quiero del que siempre nos quedarán dudas. ¿Cómo hubiera sido? ¿Hubiéramos sido felices? ¿Se hubiera acabado la amistad que nos unía?
Pero ahora no se debe pensar en el pasado. Hay que pensar en el futuro. Un futuro cercano en el que tus dedos recorrerán cada centímetro de mi piel. Un futuro en el que tus labios poseerán los míos, en el que los dos seremos uno. Como hubiese sido. Como siempre ha sido. Porque lo nuestro siempre ha sido más que amistad. Ambos lo sabíamos. En el fondo, lo sabíamos.
Si el destino está de nuestro lado, pronto todo lo que hubo de ser, será.

Aunque esté mal...


Sé que no está bien. Lo sé. Pero, ¿quién manda en el corazón? ¿Quién marca el momento entre un amor y el siguiente? Y con más razón si el amor se apagaba poco a poco desde hacía ya tiempo.
Si el destino lo quiso así, por algo será. Pudo ser, y no fue. Y ahora es nuestra hora. Hora de dar las caricias que nos debemos, los besos que no nos dimos. Los abrazos que, por una razón u otra, se quedaron en el tintero.
Ahora es la hora de ser nosotros mismos...

viernes, 26 de abril de 2013

Y al fin vuelvo a ser yo...

Sumida en la más absoluta oscuridad un alma dormita.
En la más grande oscuridad un alma tiembla en sueños, temiendo despertar.
El terror se apodera y la envuelve en un manto de desesperación.
Pero un día, al fin, abre los ojos.
Abre los ojos y ve que el mundo no es tán terrible.
Que eso que la aterraba no era más que un sinsentido.
Que la gente que te quiere, te quiere sin más, seas como seas.
Que nada va a cambiar...
...sólo aquella oscuridad que te envolvía.

Hope

A veces crees que todo se acaba.
A veces crees que el mundo se te viene encima, que todo te viene grande.
A veces miras a tu alrededor y no puedes creer que todo haya cambiado en cuestión de segundos.
A veces, crees que todo ha perdido su color, que todo se derrumba y no encontrarás fuerzas para seguir adelante.
Pero entonces algo brota de ti.
Algo que nunca esperarías sentir.
Algo que te hace crecer.
Algo que hace que te levantes.
Algo que te hace más fuerte de lo que nunca has sido.
Y entonces te das cuenta que lo que más duele es lo que más te hará aprender.

Tonta

Tonta.
Eso es lo que fui.
Tonta.
Tonta por no ver lo que tenía.
Tonta por no reaccionar a tiempo.
Tonta por darme cuenta demasiado tarde.
Y ahora me arrepiento
y lloro.
Lloro por los besos que nunca nos dimos.
Lloro por las caricias que te debo.
Lloro por el tiempo que no pasé a tu lado.
Por esos te quiero que nunca te dije.
Por esos te quiero silenciosos que me diste
sin saberlo.
Y pienso que, cuando te debí mirar
fui ciega,
y, ahora que puedo ver,
no te veo.

Noches de insomnio y recuerdos...

Me despierto.
Me despierto, y abro los ojos.
Y los vuelvo a cerrar
mientras una lágrima se escapa.
Y abrazo mi almohada.
Y vuelvo a pensar en ti.
Y recuerdo tu sonrisa.
Y recuerdo tus manos, tu pelo…
Y me vuelvo a perder en tus ojos,
en esas ventanas abiertas
al mar.
Y, por un momento, vuelvo a estar contigo
en cada beso, cada caricia…
Y siento que me vuelves a abrazar
por un momento.
Y por un momento vuelves a ser mío…

Gris

Una tarde negra sumida en la tristeza.
El cielo gris de una contaminada ciudad
amenaza tormenta.
Y yo, una sombra más en un mundo de sombras
camino.
Camino sin rumbo hacia un futuro incierto,
un futuro oscuro, un futuro turbio
que también amenaza tormenta.
La vista clavada en el gris asfalto,
en el negro suelo
que veo bajo mis pies.
De pronto, levanto la vista.
Lo veo.
Lo veo, y él me ve.
Lo veo, y él me está mirando,
mirando esta sombra como si no fuera una mas,
como si resaltara,
como si tuviera el mismo halo de luz
que lo envuelve
y que ilumina.
Que ilumina su camino con cada paso que da.
Con cada paso.
Y da un paso.
Y otro paso.
Y otro paso.
Y otro paso, creando un camino de luz
que viene hacia mi.
Y veo que viene.
Y él me mira.
Y se acerca.
Y yo me quedo quieta.
Y siento su aliento en mi cara.
Y yo me quedo quieta.
Y noto su mano en mi piel.
Y no respiro.
Y siento el roce de sus labios en los míos.
Y le dejo.
Y siento un mar de algas en mi boca.
Y me quedo quieta.
Y me dejo llevar...
Y abro los ojos.
Y estoy en esa tarde gris sumida en la tristeza.
Y el cielo gris de la ciudad amenaza tormenta.
Y decenas de sombras pasan a mi alrededor.
Y yo, como una más,
camino hacia un futuro incierto
mirando el gris asfalto…
…y pensando que él nunca volverá…

¿Amistad?


A veces, por circunstancias ajenas a ti, pierdes el contacto con personas que te importan. Puede ser un castigo, una enfermedad, o que la otra persona se aleje sin darse cuenta. Situaciones como esas ponen a prueba los lazos que te unen con tus seres queridos.
La verdadera amistad se demuestra cuando, tras meses sin hablar, ves a esa persona y os saludáis como si nada, sois los de siempre. No importa el tiempo, no importa la distancia. Lo que os une es mucho más fuerte que todo eso.
A veces, una de las partes corta esos lazos de un día para otro, sin venir a cuento. Puede que sea tu culpa o puede que no, pero no sabes por qué, te levantas y nada es igual. Entonces te planteas qué has hecho mal, por qué se ha destruido lo que habíais construido durante tanto tiempo. Y te das cuenta de que no es tu culpa, de que los pilares se estaban resquebrajando desde hacía tiempo, de que los muros ya no existían, de que caminabas entre los escombros de lo que fue sin querer mirar a tu alrededor.
Si alguna vez pierdes a un ser querido, no te quedes con lo que ha sucedido en las últimas semanas. Mira lo que ha estado ocurriendo en los últimos meses. Puede que te arrepientas de algo que has dicho o hecho. Quizás, cuando lo hagas, sea demasiado tarde.

Sólo una llamada

El agudo timbre del teléfono suena por toda la casa. Martín esquiva el jarrón del pasillo mientras camina apresuradamente hacia el aparato. Contesta al tercer tono.
-¿Diga?
Al otro lado se escucha un sollozo. Un escalofrío recorre su espalda. Sabe perfectamente quién es.
Tras unos minutos de silencio, una débil voz suena por el altavoz.
-Lo ha vuelto a hacer.

Martín se dirige al piso de la chica. Nunca el tráfico le pareció tan lento. Al menos le dará tiempo para pensar. No puede creerlo. Se lo advirtió, pero ella no le hizo caso. Ella nunca le hace caso.
Al fin llega a su bloque. Aparca en zona azul, pero no paga. No es lo más importante en ese momento. Sube las escaleras, no se siente paciente para esperar al ascensor.
Llama al timbre del 3º C. Escucha cómo se abren las cerraduras que él mismo instaló para protegerla. La puerta se abre solo una rendija, y él pasa. Se abre camino entre los objetos que han sido arrojados al suelo. Encuentra a su amiga en un salón a oscuras y la abraza con cuidado. Es consciente de que lo necesita, pero no sabe qué le ha hecho esta vez.
Ella llora, hundiendo la cara en su pecho.
-Tranquila, Sara. Ya pasó.
No sabe cuánto tiempo pasan a oscuras en el salón, ella llorando, él acariciándole el pelo. Cuando se calma un poco, la conduce al baño y enciende la luz.
-Hijo de puta…
Nunca la había visto tan mal. Sangra por la ceja izquierda, sus labios están hinchados, unas marcas enrojecidas forman un collar en forma de manos alrededor de su cuello. Con cuidado, examina sus brazos. Por suerte no tenía nada roto, pero los moratones cubren su piel como una sombra del dolor sufrido.
-¿Qué ha pasado?
Los ojos de Sara se vuelven brillantes. Abre la boca sin lograr producir sonido alguno. Una lágrima cae por su mejilla cuando, al fin, consigue hablar.
-Llamó a la puerta. Venía con un ramo de rosas. Le abrí como una tonta. Cuando entró, me tiró las flores a la cara y se puso a buscar por la casa. Decía que había visto un hombre por la ventana. Iba arrojando todo lo que había a su alrededor, a veces al suelo, a veces a mí. No encontró nada y se puso hecho una furia. Lo siento, de verdad, lo siento…
Su voz rompió en llanto. Su amigo le había advertido una y otra vez sobre Samuel. Ella no quiso verlo. Al principio fueron estupideces como hacer críticas a su ropa. Luego, empezó a molestarle que hablara con la gente. Incluso llegó a reprocharle que se insinuaba a sus amigos. No tardó en empujarla por primera vez. Al poco tiempo, el primer golpe, que dio paso a las palizas.
Sus padres estaban muy felices con su yerno. Veían cómo su hija llegaba con regalos muy a menudo. Más de una vez oyó a su madre hablar con su tía sobre lo detallista que era. Nunca llegó a saber la oscura verdad de esos detalles. Solo vio alejarse a su única hija poco a poco.
El único que se dio cuenta fue Martín. A él no le engañaba con maquillajes, jerséis y falsas sonrisas. Nadie la conocía como él. Y él le avisó hacía ya años.
-Tienes que denunciarle. No puedes seguir así.
-Sabes que no lo haré, Martín. Ya camb…
-No me vengas con que ya cambiará, Sara, porque sabes que no lo hará. ¿Cuántos años llevas así?
Baja la mirada y se mira los moratones de los brazos y la sangre que cubre sus manos. ¿Cómo ha podido llegar hasta ese punto? Lo amaba. Lo amaba demasiado.
Lo suficiente como para seguir envuelta en la tortura a la que se veía sometida día a día.
Mira por la ventana. Estaba anocheciendo.
-Por favor, no me dejes sola esta noche.
Martín la mira a los ojos, viendo el miedo asomando tras sus brillantes pupilas. Asiente con la cabeza.
Coge la toalla del lavabo, la humedece y la pasa por la cara de la chica con cuidado. Limpia cada gota de sangre y le cura la ceja, cubriéndola con un apósito. Lava sus manos con suavidad, con miedo de hacerle daño.
De camino al salón, asegura la puerta con los múltiples cerrojos que instaló tiempo atrás.
Se sientan en el sofá y la recuesta en su pecho. Acaricia su brazo hasta que se queda dormida. Al menos en su mundo de sueños estará segura, lejos de las garras del hombre que la ha torturado durante tantos años.
Él pasará toda la noche mirando la sangre que cubre los restos de un jarrón, ahora hecho añicos. Un jarrón idéntico al que tiene en el pasillo de su casa, justo al lado del teléfono.

Relato ganador del VIII Concurso de Creación Literaria "Clara Campoamor".

La última compra

Cuando aquella noche entró en casa después de hacer la compra, la señora Jason ni siquiera podía imaginar lo que se encontraría allí. Lanzó un saludo al aire, como siempre que volvía a casa. Dejó las llaves en el cuenco que reposaba encima de la mesilla. Cerró la puerta con el pie mientras hacía malabares con las bolsas, llenas hasta los topes de alimentos que nunca serían comidos. Caminó por el silencioso pasillo que daba a la cocina, abrió la puerta y ahogó un grito. Las bolsas cayeron al suelo, desparramando todo su contenido.

Cuando aquella noche entró en casa después de hacer la compra, la señora Jason no imaginaba que encontraría el cadáver de su marido encima de la mesa de la cocina, con la garganta abierta en canal y rodeado de un charco de sangre. Nunca pensó que un cuerpo humano pudiera contener tanta cantidad de esa sustancia roja y brillante. Menuda ilusa.


Cuando aquella noche entró en casa después de hacer la compra, la señora Jason no podía pensar en que, apenas un minuto después, estaría en un estado de shock que no le permitiría escuchar acercarse los suaves pasos de alguien que se había escondido en la habitación de al lado. Ni siquiera tuvo tiempo de gritar antes de que el cuchillo le rebanara el cuello. Su cuerpo sin vida cayó al suelo con un golpe seco.


Limpié mi cuchillo en su vestido de flores amarillas y lo guardé en la funda que colgaba de mi cinturón. No podía permitir que quedara manchado con la sangre de aquellos imbéciles.

Prefacio: La huída

Éste es el origen de Crescenza, mi primer personaje de 7º Mar. Para la primera historia de Crescenza, me apetecía escribir el principio de mi primera partida de rol desde mi punto de vista, parte de esta historia es obra de mi magnífico máster (podéis visitar visitar su blog aquí). Bueno, ahí tenéis, espero que os guste.


Los claros rayos de luz de luna iluminan suavemente las calles de aquella ciudad de Vodacce. Como cada noche, todo está cubierto de una capa de niebla que aporta un halo de misterio a la plaza donde una joven coquetea escondiéndose de su amado con falsa timidez detrás de un abanico sobrecargado, al portal en el que un perro callejero dormita tras otro día sin encontrar nada que llevarse a la boca de entre la basura, al callejón donde una espada empuñada por un hombre enmascarado atraviesa el estómago de un señor entrado en carnes ahogado por las deudas mientras su portador esboza una sonrisa de satisfacción al pensar en la bolsa de monedas que le espera a la vuelta.

La luna pasa entre los barrotes de la habitación de una chica que se cepilla una larga melena oscura a la luz de unas velas. Clava sus ojos grises en la imagen que le devuelve el espejo, una cara aniñada que enmarca unos ojos que han visto demasiado.

Su rostro se ensombrece ante el sonido de unos golpes en la puerta. Deja el cepillo en el tocador.

-Adelante.

La llama de los candiles se mueve por la brisa que produce la puerta al abrirse.

-Disculpe, señorita Crescenza. Su invitado ya ha llegado.

-Ahora mismo bajo, Renata. Gracias.

Tras hacer una reverencia, la sirvienta se retira. Crescenza suspira. Sabe que Renata no ha dejado de mirar al suelo en ningún momento. Odiaba que no la miraran a la cara. El miedo era una de las mayores condenas que tenía ser tejedora, aunque ese miedo era un arma de doble filo, a veces podía ser útil. El temor se acrecentaba si no llevaba puesto su velo, como era el caso, aunque solo podía darse el lujo de liberarse de él en la intimidad de su habitación.

Abre el cajón superior de la cómoda y saca una caja de horquillas. Se hace un recogido sencillo en la parte superior de la cabeza y atrapa detrás de su oreja un mechón travieso que intenta escapar. Acerca una silla a su armario y sube para llegar al altillo. De entre las mantas saca un pequeño frasco de cristal de rojo y mortal contenido que se guarda en un bolsillo escondido en la manga de su vestido. Vuelve al tocador y se coloca el velo ante los ojos. El espejo le muestra la imagen de la perfecta mujer de Vodacce: recatada, modosa, sumisa.

Respira hondo, guarda el cepillo y las horquillas y baja al salón.


Al abrir la puerta, encuentra a un hombre de unos cincuenta años sentado ante el fuego. Su padre quería casarla con él para asegurarse un negocio pendiente. A ella ese matrimonio le apetecía tanto como comer estofado de rata.

-Buenas noches, señor Fabianni.

-Buenas noches tenga usted, señorita Caligari. Permítame decirle que está usted espectacular esta noche.

Una sonrisa de viejo verde se dibuja en su cara llenando a Crescenza de repugnancia. Había encargado el vestido que llevaba sólo para la cena con el señor Fabianni. No soportaba su mirada lasciva recorriendo su piel. Con ese vestido de manga larga y cuello alto se sentía algo más protegida, aunque notaba los ojos enfermos de aquel señor treinta años mayor que ella fijos en sus suaves curvas.

-¿Quiere una copa?

-Ya me han servido una, gracias.

Crescenza maldice para sí. Pensaba vaciar el contenido del frasco al servirle la copa. Unos suaves golpes suenan en la puerta.

-Adelante –dice la joven.

Una niña de rizos rubios asoma por la puerta con cara asustada. Es la hija de la cocinera, de apenas siete años de edad. Crescenza no puede evitar sentir pena por la niña. Su padre, conocedor de las tendencias enfermizas de su socio, ponía a su disposición a su criada más joven. Un par de años atrás, fue testigo de cómo aquel sádico tocaba a la pequeña por debajo de la falda. Por suerte, llegó antes de que se sobrepasara aún más. Se llevó a la niña y consiguió que le contara que no era la primera vez que lo hacía, ni sería la última. Desde entonces, Crescenza intentaba que no se quedara a solas con la niña, aunque no siempre lo conseguía. Juró que la sacaría de las garras de aquel monstruo, juró venganza por cada vez que se propasó, juró que vengaría a cada niña que sufrió por culpa de aquel animal, y con un poco de suerte, esa noche lo conseguiría.

Se dirigen al comedor. El señor Fabianni, con falsa caballerosidad, aparta la silla para que Crescenza se siente. La pequeña criada sirve la comida. Al acercarse al señor Fabianni, éste le acaricia la pierna.

-Tranquila, Roberta, ya me encargo yo.

La niña, con agradecimiento en la mirada, hace una reverencia y se marcha.

-Veo que quiere que nos quedemos a solas, señorita Caligari –dice Fabianni con una repulsiva voz melosa.

-Antes de ser su esposa, debo demostrarle que sé llevar una casa.

-Me consta que sabe. Es usted de buena familia, no podía ser de otro modo.

-Me halaga usted, señor.

Crescenza se dirige al armario de los vinos y abre una botella. Con disimulo abre el frasco y vierte el contenido en la copa de su acompañante.

-Espero que le guste este vino, es uno de los mejores de nuestra bodega.

El señor Fabianni se lo acerca a los labios, pero en lugar de beber, lo huele y esboza una sonrisa.

-Mi querida Crescenza, ¿creía usted que iba a conseguir envenenarme tan fácilmente? Se le notaba a la legua. El frasco se divisaba en su manga, y esa insistencia en ser usted quien sirviera la cena… No tiene alma de asesina, querida. Dedíquese a bordar como la mujer que es –se levanta y se acerca a Crescenza lentamente, poniéndola contra la mesa-. Va a tener suerte, no voy a rechazarla como esposa, sería una gran pérdida, aunque tendré que domarla como es debido, y creo que sería buena idea empezar ahora mismo.

Retira de un golpe todo lo que hay encima de la mesa y sube a Crescenza bruscamente. Tira del cuello del vestido, rompiéndolo y dejando ver un poco de la suave piel de la chica. Crescenza forcejea, pero el viejo es más fuerte que ella y no puede impedir que acerque su sucia boca a la piel que ha quedado al descubierto. Le suelta una mano para recorrer su cuerpo y empieza a subir por debajo de su falda. Crescenza mira a su alrededor y divisa un cuchillo. Estira el brazo, intentando alcanzarlo. Consigue rozarlo con la punta de los dedos.

-Hijo de puta.

Crescenza le clava el cuchillo en el cuello. La sangre comienza a brotar. El señor Fabianni la suelta e intenta cubrirse la herida con las manos mientras se tambalea hacia una silla. Mira a Crescenza a los ojos y sonríe.

-Al final sí que tiene alma de asesina, señorita Caligari. Bienvenida a Vodacce.

Fabianni se desploma encima de la mesa. Un charco de sangre lo cubre todo cual alfombra de muerte. Crescenza se mira las manos cubiertas del líquido vital con la mirada desencajada. No puede creer lo que acaba de hacer. El veneno es una cosa, usar armas blancas es otra muy distinta. Se restriega las manos con una servilleta.

Ahora es el momento de escapar. Envuelve un cuchillo en una servilleta, acaricia la bolsa de cuero que cuelga de su cintura y se acerca a la puerta. Al no escuchar nada, se dispone a abrir cuando escucha el picaporte de la del servicio. Corre hacia ella y detiene a la pequeña Roberta antes de que vea el cadáver.

-Roberta, ya ha acabado todo. Ya no volverá a molestarte. Ahora me tengo que ir, prométeme que te cuidarás. Prometo volver a por ti en cuanto tenga recursos suficientes, nadie volverá a hacerte daño.

Saca una lágrima que se h escapado de los ojos de la niña, la abraza y le da un beso en la frente. Roberta es la única que no le tiene miedo, su única amiga, la única persona que le había mostrado aprecio. Le dolía mucho dejarla, pero no podía llevársela, no todavía.

-Corre, vete.

Se abrazan por última vez y Roberta se va cerrando la puerta. Crescenza se seca una lágrima y camina hacia la puerta. Pone el oído y no escucha nada. Cierra los ojos y se concentra. Al abrirlos, unas hebras salen de ella y le muestran dónde está cada una de las personas que se encuentran en su casa. Sus padres están en su habitación, los criados en las cocinas… y el pasillo está despejado. Abre la puerta muy despacio. Sin hacer ruido, cruza el pasillo. Oye a sus padres discutir en sus aposentos. Llega a la escalera y baja lentamente. A la mitad, vuelve a concentrarse y ve dos hebras  que se mueven en el recibidor. Acaricia la pequeña bolsa de cuero, la abre y saca una araña. La caricia y susurra:

-Tú al de la derecha, yo al de la izquierda.

La araña salta de su mano y desaparece por la pared. Crescenza se agacha y abre un falso escalón, de donde saca una ballesta y algunas flechas metidas en un carjac. Saca otra araña de la bolsa.

-Ilumíname.

La araña salta y va hacia el guardia de la izquierda, subiendo por su espalda. Crescenza comienza una cuenta atrás para sí misma.

-Tres…

Saca una flecha del carjac con cuidado.

-Dos…

La carga en la ballesta despacio para no hacer ruido.

-Uno.

Crescenza apunta y dispara. Dos golpes secos indican que Crescenza ha acertado y que su otra araña ha mordido al otro guardia a la vez. Se dirige hacia la puesta principal notando cómo las arañas se vuelven a la bolsa para descansar. Llega a la puerta y comienza a correr el pesado cerrojo cuando algo frío se posa en su nuca.

-Mi querida Crescenza, matar a tus invitados no es forma de ser una buena invitada.

-Supongo que lo aprendí de usted, padre.

Una risa fría surge de la oscuridad. Crescenza nota cómo se le eriza el vello de la nuca ante el contacto de la pistola.

-Otra muestra de malos modales. Todo por culpa de tu madre. Dale la cara a tu padre cuando le hables, niña.

Crescenza se gira lentamente. Mira los ojos de su padre, llenos de odio y rencor. Calcula las posibilidades de huir, pero lo ve imposible, ella no es la que porta la pistola. Necesita ganar tiempo para pensar.

-Mi madre no tiene la culpa de nada. Si el hombre que se hace llamar mi padre no se merece que lo mira a la cara, no lo haré.

-Maldita niña insolente…

La mano de su padre silbó en el aire antes de golpear la cara de la chica.

-No podrá impedir que me vaya, padre. No pienso continuar el legado de mi madre y mis hermanas, casarme con un hombre por la fuerza y soportar maltratos durante el resto de mi vida.

-¿Y dónde vas a ir? ¿A Castilla? Ja, me encantaría ver cuánto duras ahí fuera. Lástima que no vaya a verlo, tu vida acaba aquí, al calor de mi pistola.

-Es usted un cobarde.

-No, soy un vodaccio, y tengo cosas más importantes que hacer que mantener a una niña insolente. Adiós, Crescenza. Nos veremos en el infierno.

Crescenza cierra los ojos y escucha un disparo. Piensa en Roberta. Le había fallado, no podría cumplir su promesa. ¿Qué sería de ella? Todo por no ser capaz de seguir viva…

“¿Viva?”. Crescenza abre los ojos y contempla el cadáver de su padre a sus pies y a una mujer desconocida apuntándole con un arma. Levanta las manos.

-Tranquila, no voy a hacerte daño –la mujer esboza una sonrisa sincera-. Abre la puerta y sube al carro que hay esperando. Hablaremos allí –Crescenza se queda quieta-. Confía en mí, estoy de tu lado.

Crescenza reflexiona durante un instante. Fuera lo que fuese lo que la esperaba ahí fuera, no podía ser peor que lo que dejaba atrás. Abre la puerta, corre hacia el carro y sube.

La mujer sube al carro tras ella y los caballos comienzan a correr.

-Bienvenida a tu nueva vida, Crescenza Caligari.

Comienza una nueva aventura...

La niebla se disipa, las nubes se marchan y unos tímidos rallos de sol se asoman. La oscuridad que me ha acompañado en los últimos meses se va.
Hoy comienzo una nueva etapa, una etapa más feliz, y este nuevo blog es una muestra de ello. En él encontraréis un poco de todo, desde historias nacidas de mi humilde pluma hasta esa canción que no paro de escuchar.
"Caminando entre las sombras" nace como un lugar donde publicar mis historias de rol para que no se queden en el olvido, pero eso no significa que no pueda albergar un trocito de mi, de esas reflexiones que vienen conmigo a diario.
Acompáñame por el camino de la vida, ven conmigo en el viaje hacia mi misma.
Hola, soy Crescenza, y este es un trocito de mi mundo.